El sábado 23 de marzo, en adhesión a la XVII Edición de la Semana del teatro, Grupo Tropilla, tuvo la posibilidad de actuar en la sala mayor del teatro Constantino.

Más allá de lo que significa para cualquier pretendido artista bragadense, subir al escenario de nuestro teatro, conllevaba para nuestro grupo  el desafío de volver a poner en escena una obra que ya había tenido siete funciones en Bragado, más otras tres en ciudades vecinas y que nos hacía suponer que todo el público teatrero interesado, ya la había visto. 

PSeP

 

Una de mis preocupaciones era acostumbrarnos a trabajar con micrófonos ambientales, ya que habitualmente, cuando nuestros actores no están en escena suelen conversar o desplazarse tras bambalinas y ese murmullo podría escucharse. Por eso solicitamos hacer dos ensayos con todos los elementos como si realmente fuera una función, así que armamos la escenografía y esperamos el martes 19 y el miércoles 20 la llegada de los técnicos para distribuir las luces y el sonido según las necesidades de nuestra puesta. Lamentablemente, ahí nomás tuvimos el primer desengaño. No hubo ni luces, ni sonido. Y cuando escribo ni luces ni sonido, me refiero a que debimos ensayar con la escasa iluminación que llegaba de la sala, ya que el escenario ni luz de servicio tenía. En cuanto al sonido, ni siquiera pudimos conectar la PC para pasar la música que lleva la obra, para que sirviera también para que el operador refrescara en su memoria, en qué momento debía poner tal o cual tema. A esto debemos agregar que el miércoles también ensayaba la gente que baila tango y aunque lo hacía en otra dependencia, la música se colaba en la sala haciendo casi imposible que desde la platea se escucharan las voces de los actores, lo que no me permitía hacer una correcta devolución luego del ensayo.

Así fue que el sábado por la mañana terminamos de acomodar todos los elementos de utilería, mientras los técnicos disponían los micrófonos y encendían las luces. La iluminación fue realmente mala. Había sombra excesivamente marcada en nuestra escenografía y nos fuimos con la promesa de que antes de la función llegaría el “salvador”. El supuesto “salvador” llegó a quince minutos de comenzar la función y apenas si pudimos decirle en qué momento debía apagar la luz de sala. Cosa que no cumplió ya que en vez de iniciar el apagado cinco minutos después de la hora establecida para el inicio de la función, lo hizo superados los veinte minutos, cosa que nos puso sumamente nerviosos porque no sabíamos que era lo que ocurría fuera del escenario.

Finalmente la función comenzó con una cantidad de público que superaba nuestras expectativas y que aplaudió de pie, convenciéndonos de que nuestro trabajo les había agradado.

Ahora que todo pasó, con la mente un poco más fresca, más tranquila, he dejado traslucir mi desencanto, por lo que solamente queda, habiendo recopilado las opiniones de todo el elenco, escribir que las reflexiones de los actores han resultado de lo más variada.

Hubo quienes estuvieron maravillados de actuar en nuestro emblemático teatro. Se sentían tan a gusto que parecía que no se iban a bajar nunca del escenario. También se escuchó que el aplauso del público, había superado con creces el desprecio sufrido en los días de ensayo y en la poca atención recibida de parte de las autoridades de la sala. Otras voces decían que les había resultado igual que en las salas anteriores. Que una vez en el escenario, se habían olvidado de dónde estaban actuando. También alguien se sintió favorecido por la distancia que existe entre el público y quienes están sobre el escenario, mientras que otros necesitaron de esa energía fabulosa que la cercanía del público te devuelve. También se escuchó decir que habían extrañado esa sensación de acompañamiento, de estar todos juntos cuando no estamos en escena, medio amontonados, ya que nos habíamos ubicado en distintos lugares del escenario, aprovechando el tamaño del mismo. Hubo algún: “que se lo metan en donde no les da el sol”, pero lo podemos atribuir a un momento de catarsis.  Lo concreto es que fue gratificante y positivo actuar en la sala mayor. Y que las cuestiones técnicas se resuelven con el personal poniéndose a disposición de las necesidades del director de la obra.

Más allá de todos los contratiempos. Más allá de la desidia de quienes tienen a su cuidado el legado de Florencio Constantino que dijo que el arte engrandece. El arte, también, nos depara esperanzas. Por eso dejé para transcribir textualmente lo que escribió una de las actrices estrellas de nuestro grupo:

“Todo por acá ha sido remodelado cumpliendo modernas técnicas, ampliando espacios y actualizando diseños. Ya no es la misma su fachada y uno llega con cierto recelo pensando: ¿qué habrá pasado con el recinto mágico? Al entrar a la sala la encuentra engalanada, es su merecimiento, y al llegar al escenario ¡Está intocado! ¡Gracias al «duende mágico del arte»! Tras sus bambalinas todo está intacto, su piso, sus paredes, su techo….Entonces siente que los duendes mágicos lo han preservado para seguir habitándolo. ¡Cuántos, cuántos años de arte del mejor y también del «caserito» han pasado por acá! Por estas mismas tablas y han llenado de mágicos ecos sus muros, si, como en un torbellino se escucha la mejor música, la poesía más vibrante, la tragedia, la comedia, la danza más bella y desde la sala avanza el deleite, la sensibilidad, con que todo esto fue recibido. Todo teatro tiene atesorada su magia, y vaya si éste la tiene.  Si. Si, éste, El Nuestro, cumple con el rito hasta en el polvo de sus maderas y las arañitas de sus paredes.

Te amamos T.C. al perdurar tu espíritu nos muestra que aún podemos creer en la fina sensibilidad y los buenos sentimientos. ¡¡Todavía hay arte, artistas y gente linda que lo disfruta!!
¡Todavía hay esperanza!